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viernes, 1 de mayo de 2020

COMO MAESTRO DE ESPÍRITU Y FUNDADOR

COMO MAESTRO DE ESPÍRITU Y FUNDADOR

Consciente de la obligación que había tomado, volvió a reunir en un cenáculo franciscano a sus primeras franciscanas, apartándolas del mundo, trata de encauzarlas y enseñarles algo nuevo, les entrega un reglamento y las invita a cumplirlo. Les enseña que la consagración, una vez emitida, hay que practicarla; este reglamento señalaba las reglas para emplear y santificar los días, las semanas, los instantes.



La finalidad que tuvo nuestro padre al fundarnos fue:

1º. Que fuera un instituto de perfección.

2º. Inspirado por el Señor, “prepararse para cultivar la viña del Señor destrozada” por las leyes de Reforma.

El espíritu franciscano que invita a toda criatura a la alegría, al gozo, porque grande es el amor con que Dios ha amado a todos los seres, pero en especial al hombre, tiene su expresión más significativa la noche de la Navidad que conmemora la manifestación histórica del amor de Dios al hombre. Consciente de esta maravilla nuestro Padre Refugito predica a sus hijas desbordante de alegría y las invita a alegrarse en el Señor, reconociendo todos los estados posibles de las almas religiosas, las invita a acercarse a la cueva de Belén, tanto a las inocentes como a las pecadoras, a las tibias como a las tentadas, a las tristes como a las turbadas, a alegrarse, que es la única manera franciscana de celebrar la Navidad.

Era vigilante, invitaba a sus hijas a no buscar el consuelo en las personas, sino únicamente en Dios.

Conocedor de todas las trampas del demonio, les enseñaba que se dedicaran al servicio de Dios, que se prepararan para la prueba. Aconsejaba que cuando sean tentadas recuerden que, aunque Cristo está dormido en la barca, está con ellas, y para salir de la tentación les recomendaba una sincera confianza en Dios, porque El mismo ha prometido tener protección de aquellos que ponen en El toda su esperanza.

Les pedía la correspondencia al llamamiento de Dios, ya que la gracia de Dios tiene sus principios, progresos y término. Les recomendaba el buen ejemplo de unas para con otras y paso a paso dirigía a sus hijas por el camino de la perfección.

Convencido, cree necesario que para hacer oración hay necesidad de un método, el cual creemos que sí se los enseñó a sus primeras hijas. Les aconsejaba la práctica de varias virtudes entre las que se destacan la caridad, la práctica de obras de misericordia tanto espirituales como corporales, y que cuando tuvieran ira, la apagaran con el agua de la paciencia; la caridad la comparaba con el sol que da luz, vida y calor a la naturaleza. Que la caridad ocupará su lugar cuando nuestro corazón esté vacío de nosotras mismas, del amor a las comodidades, de las propias satisfacciones y nuestras propias ventajas. La caridad hace nacer en nosotras la santidad, con ella crece, llega a ser grande, perfecta, hasta tener su culminación en la gloria. La caridad levanta nuestra voluntad a amar a Dios sobre todas las cosas, por sí mismo y por el mérito que tiene de ser amando, toda la esencia de la caridad se halla en estas palabras, no puede tener otro objeto que el mismo Dios: “Es propio del amor el convertir el amante en la persona amada, de manera que venga a ser ésta, por el afecto, cual aquella en el efecto”. La caridad es una verdadera amistad con Dios porque el amor mutuo que es indispensablemente un requisito para la verdadera amistad se halla en la caridad, pues quien la posee ama a Dios y es amado del mismo Dios.

La amistad entre Dios y el alma, fundado en la caridad, se comienza en la vida presente para continuarla en la otra con perfección, con razón esta amistad es el objeto de nuestros desvelos.

Referente a la humildad, les aconsejaba sufrir en silencio las reprensiones, que pusieran su confianza sincera después de Dios, en los siguientes grados de humildad:


1º. Tenerse en poco.

2º. Sufrir con paciencia cuando nos humillen.

3º. Sufrir con amor las humillaciones y desearlas.

I Plática Sobre la Formula de la Confesión

Secundum multitudinem dolorum meorum in corde meo consolationes tae laetificaverunt animam meam. Según la multitud de los dolores míos en mi corazón tus consuelos alegraron mi alma. (Sal. 93,19)




1. Después que el pecado nos ha robado la paz y la tranquilidad de la conciencia; después que el orgullo, el amor propio y las pasiones han lacerado nuestro corazón; después que se nos han escapado de las manos los gustos sensibles; luego nos salen al encuentro el despecho, la rabia y la desesperación o al menos el desconsuelo, la tristeza y desaliento. Y si una mano omnipotente no nos abriera las puertas de la esperanza y del perdón en los momentos de naufragio, seguramente nos arrojaríamos en la perdición como Judas. Pero Dios nuestro Señor, se compadeció de nuestra miseria, nos ha provisto de medios fáciles y eficaces que nos restituyen la paz y la tranquilidad. (1) de manera que podemos repetir las palabras del Profeta Rey: “Según la multitud de los dolores y angustias del corazón, así han sido tus consuelos que alegran mi alma; la medida de mis maldades, pecados, negligencias y tibieza ha sido la medida de tus misericordias, bondades y piedad”, (2)


2. La conducta de la Magdalena prueba de una manera palmaria esta verdad, cuando despreciando todos los respetos humanos, atraviesa la sala del convite; se arroja a los pies del Salvador; y los baña con bálsamo y con sus lágrimas (3), como para dar un público testimonio de la abundancia de consuelos de que le llenaba el Divino Maestro.


3. Nosotros fuimos depositarios de los mismos sentimientos de la discípula de Jesucristo, si no en el mismo grado, al menos en otro más remiso. Mas el hábito, la costumbre y la falta de atención llegan a envilecer aún las más estupendas maravillas de la naturaleza y de la gracia como aconteció a las turbas que, después que presenciaron la multiplicación de los panes (4), proclamaron al Redentor del mundo como Rey (5) y no lo hicieron antes a pesar de estar palpando la maravillosa creación y reproducción de todos los seres: ésta, por su larga duración, había llegado a envilecerse; y la multiplicación de los panes los sorprendió como una cosa nueva.


4. Lo mismo nos pasa a nosotros en nuestros ejercicios y prácticas diarias. No podemos negar que hay momentos en que uno se encuentra fuera de sí mismo, como le sucede al sacerdote cuando por primera vez ofrece delante de los ángeles y de los hombres un voto, una promesa que le une y le hace todo de Jesucristo, pero prescindiendo de los actos sensibles que entonces nos afectan, debemos conservar y aún aumentar el fervor y devoción substancial.


5. Aún no está descubierto el plan de la presente exhortación. No se trata de transformar a un pecador y delincuente en justo; ni de encender en el fervor a un corazón tibio; nuestro objeto es que unamos los pensamientos y afectos con las palabras que componen la fórmula, que sirve de introducción a la confesión sacramental (6).

6. Yo, pecador ¡qué manantial de reflexiones! Yo, que he recibido el alma y el cuerpo, los sentidos y potencias para conocer, amar y servir a mi Creador y que he convertido estos mismos sentidos y potencias en instrumento para herir, ultrajar y vulnerar el corazón de mi Dios.


7. Yo, pecador, que he recibido no esculpidos en tablas, sino impresos en mi corazón (7) los diez mandamientos, y que he quebrantado uno por uno, con palabras, obras y pensamientos.

8. Yo, que he sido rescatado de la esclavitud del demonio (8) y que he profanado el mismo precio de mi redención con mis comuniones y confesiones sin dolor ni propósito y tal vez aún callando pecados.

9. Yo, que en lugar de llegar al santo tribunal lleno de confusión y vergüenza estoy sólo pendiente de quién se detiene más o menos, y después convierto un acto tan serio en tribunal de litigio y en estrado de conversación.

10. Yo, pecador, que siempre vuelvo con mis propios pecados (9), que nunca hago lo que me mandan, y que constantemente estoy exigiendo una larga exhortación, porque no quiero decir u oír misa con fervor, porque no quiero rezar con devoción, porque no quiero meditar con atención.

11. Yo, pecador, víctima perpetua del orgullo, de la vanidad, del amor propio y de otras mil pasiones viles, que siempre me tienen pegado a la tierra, sin que pueda emprender el vuelo hacia el cielo.


12. Yo, pecador, y no el superior cuyos mandatos cumplo con repugnancia y con fastidio. Yo, pecador, y no los compañeros con quienes estoy mal parado y a quienes interior y exteriormente veo y trato con desprecio.

13. Yo, pecador, que cierro mis oídos a las inspiraciones divinas y que ando siempre con el corazón y los sentidos derramados. Yo, pecador, que por una soberbia oculta llevo veinte y más años enredado en mil escrúpulos y preocupaciones que convierten en sal y agua los más heroicos sacrificios.

14. Yo, pobre pecador, que esmalto mis palabras y acciones con el estiércol sucio del faldo celo y de una perversa intención.

15. Yo, pecador, que habiendo ofrecido llevar una vida de penitencia y santidad, me contento de un modo solapado con las máximas del mundo.

16. Yo, pecador, me confieso, ¿a quién? No a un superior a quien puedo engañar, no a un hombre que no conoce los secretos de mi conciencia, no a un amigo que me adula, no a mis partidarios que obran y piensan como yo: me confieso a mi Dios omnipotente(10) que me saco de la nada(11); que estremece la tierra y humilla los montes y collados(12); que sujeta los mares; manda los vientos y gobierna las tempestades; me confieso a Dios omnipotente(14) en cuyas manos están la vida y la muerte(15), las laves de la gloria y los cerrojos del infierno; me confieso a mi Dios omnipotente que castigó las ciudades nefandas; reduciéndolas a cenizas(16), que inundó la tierra con las aguas del diluvio(17); que abrió la tierra para que se tragase a los desobedientes en el tiempo de Moisés y que quitó la vida repentinamente a Osa, sacerdote, y por un pecador leve.

17. Me confieso a un Dios omnipotente, que me ha sufrido y tolerado, y que en lugar de castigos hoy llena mi alma de consuelos. Me confieso a un Dios infinitamente sabio, que conoce mis pecados, con todas y cada una de sus circunstancias y malicia, porque todo lo vio, todo lo oyó, y pequé en su misma presencia sin temor a sus amenazas y sin amor a sus finezas. Me confieso a un Dios infinitamente santo que encontró manchas aún en los ángeles, a un Dios que tiene decretado no admitir a nadie en el cielo si no es imagen perfecta de Jesucristo.

18. ¿He reflexionado en alguna de estas verdades, al recitar la confesión general? Tal vez no, y por esto me llego sin respeto; me quedo como estatua de mármol sin contestar y lo que es aún peor, me atrevo a combatir lo que se me previene.

19. Pidámosle al Señor con el santo Job, nos dé a conocer nuestros delitos y maldades…(18) Scelera mea et deleicta ostende mihi

20. Yo, pecador, me confieso a Dios todopoderoso, a la bienaventurada Virgen María.

21. ¡Qué vergüenza! Presentarme encadenado de pies y manos delante de la Inmaculada María, que detiene con su pie la serpiente del paraíso (19) con quien yo entro en amistad y perfecta alianza ¡Qué rubor! Ponerme delante de la criatura más santa con unos ojos sin modestia, con una lengua sin freno, con un paladar sin templanza, con unos oídos sin puertas, con unos pies perezosos para correr por los caminos de la justicia y santidad. ¡qué confusión! Llevar a los pies de la Virgen pura una voluntad siempre inconstante, un entendimiento siempre orgulloso, una fantasía llena de objetos peligrosos y ociosos y un corazón árido, seco, sin jugo de devoción. ¡Qué contraste! Llevar a los pies de la divina Madre los mismos sentimientos del pecado, los instrumentos con que he coronado de espinas; con los que he azotado; con los que he burlado; con que he llegado al Hijo predilecto de sus entrañas. Yo, pecador, me confieso a la Virgen María cuya devoción he abandonado; cuyos maternales avisos he despreciado; de cuya amorosa solicitud he abusado. Yo, pecador, me confieso a la Virgen Madre, a quien una y más veces he obligado a presenciar de nuevo la dolorosa escena del Calvario; mis pasiones, mis gustos, mis caprichos han superado a su dolor, a su amargura, a su justo llanto. Yo, pecador, me confieso a la Virgen María, contra quien expresa o tácitamente he cometido el horroroso pecado de decir; “no te volveré a pedir nada, porque no me alcanza lo que deseo”. Pidámosle al Señor con el santo Job nos dé a conocer nuestros delitos y maldades…”Scelera meat et delicta ostende mihi (20).

22. Yo, pecador, me confieso al bienaventurado Miguel Arcángel, al Jefe de los ejércitos celestiales, al primero que enarboló el estandarte de obediencia en honor del Altísimo, al que tuvo la gloria de arrojar de las mansiones eternales y perseguir hasta los confines del cielo a los ángeles apóstatas, al que está encargado de presentar nuestras almas al tribunal del Omnipotente.


23. Y ¿cómo me presento delante del Príncipe Celestial, cuando he sido vencido y pisoteado de mis enemigos? Y ¿cómo me llego a los pies de Miguel cuando con mis propias manos he levantado el estandarte de rebelión contra el mismo Dios, cuando me avergüenzo de doblar la rodilla al atravesar las calles del Rey inmortal de todos los siglos? Y ¿cómo me acerco al Ángel primero, quien no se engrió al verse más bello y más hermoso que el lucero de la mañana? Y ¿cómo me presento al Ministro Altísimo, que ha de coronar y publicar mis triunfos, o que con espada de fuego me ha de impedir la entrada en el Paraíso?


24. Yo, pecador, me confieso al castísimo patriarca señor San José, al esposo de la Inmaculada María, al hombre destinado para guardar, no el trigo en los almacenes del Faraón (22), sino el pan vivo que da la vida al mundo (23), y que llena de delicias, de dulzuras y consuelos a los que han sufrido el hambre y carestía que producen las pasiones.


25. Yo, pecador, me llego a los pies de José, cuya conducta no he imitado cuyos ejemplos no he seguido, de cuyo patrocinio no me he aprovechado. José obedece sin réplicas ni excusas cuando se le previene que se oculte en Egipto con el Niño (24), mientras que yo me informo¿quién? Y ¿por qué me mandan? José recibe con igual presencia de ánimo las penas y los gozos, mientras que yo me hundo en la desconfianza, desaliento y desesperación; cuando del cielo no llueve sobre mí ni el rocío de la devoción y ternura sensibles.


26. Yo, pecador, me confieso al poderoso José, cuya misericordiosa protección no he implorado, para dilatar el cristianismo, para alcanzar los progresos del Instituto, para conseguir la conversión de tantos pecadores que muriendo van a poblar el infierno, y para tener un defensor, un abogado en los momentos supremos de muerte.


27. Yo, pecador, me confieso a San Pedro y San Pablo; a Pedro, a quien he seguido en las negaciones y perjurios y no he imitado en la penitencia, a San Pablo, quien herido una vez por la mano de Dios, no retrocedió jamás a los caminos de la iniquidad (26), mientras que yo imito la dureza del Faraón; no me doblego ni con las plagas y castigos, ni con las estupendas maravillas de la gracia.






28. Yo, pecador, me confieso a todos los santos, es decir, a los Patriarcas que suspiraron por el Mesías (28) que yo veo con tanto olvido en el Tabernáculo, a los Profetas que en la persona de Israel lloraron mis perfidias, mis maldades y pecados; a los Apóstoles que no retrocedieron a la vista de las cruces, de las sierras y del cuchillo.


29. Yo, pecador, me confieso a los Mártires y Confesores, a las Vírgenes cuya constancia no he seguido, cuya penitencia no he practicado, cuya pureza no he obtenido.


30. Yo, pecador, me confieso a Luis Gonzaga, a Rosa de Lima, a Catalina de Siena y a Margarita de Cortona y a los santos cuyos nombres llevo.


31. Si sigues, alma mía, en tus mismos pecados en tus mismas tibiezas, despídete para siempre de la Patria celestial, de todos sus moradores, non habebis partem mecum. Si no te enmiendas, si no mudas de conducta, no tendrás parte con nosotros (29); me dicen a una voz todos y cada uno de los Santos, delante de quienes sólo me confieso de labios.


32. Yo, pecador, me confieso a ti, Padre mío, a quien veo como un puro hombre en el tribunal de la penitencia siendo así que tienes el lugar de Dios y tu potestad se extiende sobre los reyes e imperios, sobre los cetros y coronas y llega hasta los confines de la eternidad; en efecto, si me tratas, Padre mío, con el rigor que merezco, mi alma queda hundida en la mayor consternación(36) y me quedo con mis pecados atado de pies y manos; el sueño huye de mis ojos(31), los perros, las moscas y aún mi misma sombra me espanta; recurro a la Virgen Inmaculada, me postro a los pies de los apóstoles, de los mártires, me acerco a los confesores y a las vírgenes; funes peccatorum circumplexi sunt me; pero nadie perdona mi pecado(32).


33. “Ofreceré mi maternal amor (33), dice la Santísima Virgen;“presentaré las cicatrices de mi martirio”, dicen los confesores de la fe;“disponed de nuestras penitencias”, contestan los anacoretas y las vírgenes; pero id al que tiene la autoridad de Dios (34) para que pueda decir con verdad: “según la multitud de los dolores y angustias que oprimen mi corazón, así han sido los consuelos que has derramado en mí.”(35)


34. Yo, pecador, me confieso a ti, Padre mío, a quien tantas veces he desobedecido, a quien multitud de veces he replicado; a ti, Padre mío, de cuya caridad he abusado, cuya paciencia he exasperado, cuyos consejos he despreciado; a ti, Padre mío, de quien tantas veces he murmurado, a quien tantas veces he fallado, cuyos secretos una y más veces he revelado.


35. Yo, pecador, me confieso a ti, Padre mío, contra quien elevo altas quejas, porque confiesas a los licenciados, a los artesanos, a las viudas y a los pobres hilachentos haciendo tan poco caso de mi, después que llevo que te sufro, que te tolero.


36. Yo, pecador, me confieso a ti, Padre mío, y con cuanta propiedad puedo repetir la confesión del hijo pródigo del Evangelio; “Padre mío, he pecado delante del cielo y contra ti, ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo”(36), he disipado los bienes de la naturaleza y los dones de la gracia, he botado a la calle: mandamientos, reglas y constituciones, sin hacer caso de las exhortaciones y súplicas de ti, Padre mío, he marchado a las regiones extrañas de la tibieza y del pecado con la circunstancia de que el hijo pródigo, una vez pecó, una vez entró dentro de sí mismo y no nos refiere el sagrado texto que de nuevo se hubiera separado de la casa paterna.


37. ¿Cuántas son las confesiones? Confieso que pequé por mi culpa y no por culpa del superior, que es joven y no tiene tino ni experiencia para mandar con acierto; porque me entregué a los excesos de ira y cólera, y no por culpa de Fr. Alberto que se extralimitó en las maneras de aconsejarme; porque me dejé dominar de la envidia; porque no puedo ver ojos hermosos en cara ajena; porque se me alteran los nervios, derramo copiosas lágrimas por mi culpa, por mi culpa, por mi gravísima culpa, porque he burlado el cuidado de mis padres, maestros y superiores.


38. Pequé por mi culpa, por mi grande culpa, es decir, con todo conocimiento, con entera voluntad y con referida malicia y despreciando los remordimientos de conciencia y metiéndome de propósito en las ocasiones en que vacilaría la virtud más antigua y la santidad más heroica.

39. Pequé por mi culpa, por mi grandísima culpa, es decir: he practicado la maldad con perfidia, con obstinación; no tengo paz ni tranquilidad (37), pero si quiero satisfacer todos mis gustos. Se desconcierta el espíritu, se evapora la devoción; pero yo quiero hablar todo el día. Sé que se pierde la concordia entre mis hermanas, mas yo guardo silencio cuando debía hablar, y hablo cuando estaba en mi deber callar (38).


40. Pequé y por lo tanto, ruego a la Inmaculada María que me alcance el perdón de mis pecados, negligencias y maldades pasadas, y que el año 67 no sea tan estéril de buenas obras como los anteriores años.

41. También ruego al príncipe Miguel que sea mi fortaleza y mi escudo de defensa contra las asechanzas e insidias que me previenen y preparan mis enemigos.


42. Imploro la clemencia de José, del castísimo esposo de la Virgen María, para que sea casto en mis palabras, obras, pensamientos y deseos; para que merezca recibir dignamente no en mis brazos, sino en mi pecho, al Niño recién nacido en el establo de Belén (39); y para que tenga la dicha de morir en el regazo de María y en la presencia del dulcísimo José.


43. Pequé y por tanto, ruego a los santos apóstoles San Pedro y San Pablo que me alcancen de Dios nuestro Señor una entera confesión de mis pecados, que por ellos no me impidan la entrada al reino eterno de la gloria.


44. Pequé y por tanto, imploro la clemencia de todos los santos; del inocente Abel, para que mis sacrificios merezcan ser consumidos por el fuego de la caridad y recta intención del patriarca Abraham, para que mi obediencia sea pronta y ejecutiva; del humilde padre mío San Francisco de Asís, porque por el anonadamiento propio se sube a la gloria, se practica la virtud y se adelanta en la perfección religiosa.


45. Pequé y por lo tanto, recurro a ti, Padre mío, para que seas el consejero en mis dudas, el médico en mis enfermedades, el maestro en mis ignorancias, el protector en mis combates, la luz en mis perplejidades, el sostén en mis escrúpulos, el guía en mis extravíos y el padre compasivo en todas mis necesidades, ya no más abusos de vuestra caridad, ya no más torturar vuestra paciencia, ya no más pueriles preguntas, ya no más enfadoso silencio, ya no más lagrimas sin contrición.


46. Año nuevo, vida nueva, vida de religioso y no costumbres de seglar:“Ahora me acuerdo de los males que causé a Jerusalén y muero de tristeza”, decía el impío Antíoco.


47. Ahora recuerdo, aunque en medio de una santa tristeza y de una firme esperanza, los males que presenció la Jerusalén de mi alma, ahora traigo a la memoria los mandamientos quebrantados, los sacramentos profanados, las reglas de mi Instituto despreciadas. Ahora recuerdo las misas celebradas, el divino oficio rezado con distracciones y sin compás (40); también recuerdo todos los males que he hecho y todos los bienes que he dejado de practicar. Me remuerde el tiempo perdido y, por tanto, pido a toda la corte celestial y a vos, Padre, que roguéis por mí a Dios nuestro Señor. Amén.


48. Y Tú, Señor, que mandaste y todas las cosas fueron creadas (41), que dijiste y todas las cosas fueron hechas (42); tu, Señor, dominas los vientos, los mares, y las tempestades. Tú, Señor, que humillas las colinas, montes y collados (44); Tu, Señor, que vistes de árboles, plantas y flores de los campos, bosques y jardines (45), Tú, Señor, infunde tu santo temor a las médulas de mis huesos, a los senos de mi corazón, a lo íntimo de mi alma. Así sea.


1. En los que reciben el sacramento de la penitencia con un corazón contrito y con una disposición relgiosa, “tienen como resultado la paz y la tranquilidad de la conciencia a las que acompaña un profundo consuelo espiritual”(Cc. De Trento: DS 1674).En efecto, el sacramento de la reconciliación con Dios produce una verdadera“resurrección espiritual”, una restitución de la dignidad y de los bienes de la vida de los hijos de Dios, el más precioso de los cuales es la amistad de Dios (Lc 15,32), Cat. 1468 b.

2. Cf Sal 93,19.

3. Cf Mc 14, 3-9; Mt 26,6-13; Jn 12, 1-13.

4. Mc 6,30-44; Mt 14,13-21; Lc 9,10-17; Jn 6, 1-13

5. Jn 6,14-15.


6. Consciente N.P. Fundador que la contriccción es un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar, nos invita a poner toda la atención en la fórmula de contrición, acompañándola con la mente y el corazón. Cf Cat. 1471. Hoy la Iglesia también nos pide seria preparación para celebrar este sacramento: “Conviene preparar la recepción de este sacramento mediante un exámen de conciencia hecho a la luz de la Palabra de Dios . Los textos más adaptados a este respecto se encuentran en el Sermón de la montaña y enseñanzas apostólicas (cf Rm 12-15; 1 Cor 12-13; Ga 5; Ef 4-6) Cat. 1454.

7. Cf Ez 36,27.

8. Cf Rm 6,17-18; 8,21-22.

9. Cf Rm 7, 15-20.


10. Imbuído de la espiritualidad de San Francisco, admirado de la Omnipotencia de Dios, le descubre en Cristo.El Dios trascendente se hace cercano en la Encarnación.

11. Cf 2Mac 7,28.

12. Cf Sal 97,4.

13. Cf Sal 65, 7-8.

14. Una lectura al Cántico de las Criaturas de San Francisco, obliga a subrayar los títulos de “mi Señor, Altísimo, Omnipotente” que manifiestan a Dios en Cristo.


15. Cf 1S 2,6.

16. Cf Gn 19.

17. Gn 7, 24; Gn 6, 13-17.

18. Cf Jb 13,23.

19. Cf Gn 3,15.


20. Cf Jb 13,23. El subrayar este pensamiento, pone de relieve su gran humildad, reconociéndose pecador delante de un Dios omnipotente y misericordioso.


21. San Francisco también le dedica en sus escritos un pensamiento al príncipe de los Arcángeles: “…a los bienaventurados Miguel, Gabriel y Rafael les suplicamos humildemente te den gracias a Ti, Sumo Dios verdadero…” Cf 1R 23: 108. Guardaba también el ayuno y cuaresma de San Miguel, no es extraño pues, que N.P. Refugito como digno hijo de él, invocase su protección como más adelante se verá.

22. Cf Gn 41, 37,49.

23. Cf Jn 6,34.

24. Cf Mt 2, 13-15.

25. Cf Mt 26, 69-75; Lc 22, 55-62; Jn 18, 25-27.

26. Cf Hch 9, 1-19.

27. Cf Ex 14.

28. Cf Mi 4, 14; 5, 1-5.

29. Cf Jn 13,86.

30. Cf Sal 142,2.

31. Sal 142,2; Jr 9,9; Sal 76,5.

32. Sal 118,61.

33. Cf Nican Mopohua relato de la aparición. Diálogo de la Santísima Virgen de Guadalupe con San Juan Diego.

34. San Francisco también recomendaba esta adhesión al sacerdote, decía; “El Señor me envió y me sigue dando una fe tan grande en los sacerdotes que viven según la norma de la Santa Iglesia romana, por su ordenación, que si me viese perseguido, quiero recurrir a ellos”. Test 6-7; 122.

35. Cf Sal 93,19.

36. Lc 15, 11-24. “El proceso de la conversión y la penitencia fue descrito maravillosamente por Jesús en la parábola llamada ‘del hijo pródigo’ cuyo centro es el ‘Padre misericordioso’: la fascinación de una libertad ilusoria, el abandono de la casa paterna; la miseria extrema en que el hijo se encuentra tras haber dilapidado su fortuna; la humillación profunda de verse obligado a apacentar cerdos y peor aún, la de desear alimentarse de las algarrobas que comían los cerdos; la reflexión de los bienes perdidos; el arrepentimiento y la decisión de declararse culpable ante su padre, el camino de retorno; la acogida generosa del padre; la alegría del padre; todos estos rasgos propios del proceso de conversión. El mejor vestido, el anillo y el banquete de fiesta son simbolos de esta vida nueva, pura, digna, llena de alegría que es la vida del hombre que vuelve a Dios y al seno de su familia, que es la Iglesia. Solo el corazón de Cristo que conoce las profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad y de belleza. Cat. 1439.

37. Cf Sal 142, 3-4.


38. Para San Francisco no tenía sentido el culto del silencio como valor en sí.Era observado desde el principio como requisito del espíritu de oración. Recomendaba en el Cap. II de la RNB “hagan por guardar el silencio en la medida en que Dios les conceda esta gracia”. Pero había de tener en cuenta la intimidad fraterna para que no obstaculizara la espontaneidad y la alegría de la convivencia. Cf 1C 41: 167; 2C 19: 241; EP 95: 768; Rer 4, 9: 117.

39. Lc 2,17. Digno hijo de San Francisco, se maravillaba en ese Dios trascendente que se anonada en la Encarnación. Por lo mismo dedicará toda una plática a este misterio donde reina la pobreza y la sencillez.

40. Cf CtaO 38-40: 67. También San Francisco pidió perdón a sus hermanos porque con humildad reconocía que no había observado la Regla.

41. Cf Sal 91,6.

42. Cf Sal 8, 6-10.

43. Cf Sal 49,6.

44. Cf Sal 97,4.

45. Cf Jb 14,9; Sal 147,8; Lc 12, 22-31.

COMO RELIGIOSO FRANCISCANO

COMO RELIGIOSO FRANCISCANO

Era dócil, austero, se esforzó por alcanzar la perfección sacerdotal y religiosa, riguroso consigo mismo y compasivo con los demás, hijo fiel y exacto cumplidor de la estrecha observancia del Colegio Apostólico de Pachuca, tenía cierta emulación por ser más austero, sin despreciar a los no observantes, exigente en lo substancial de la vida consagrada siendo pobre y ordenado, sin fijarse en detalles, sino más bien generoso, era puro de alma, requisito elemental para conseguir la perfecta caridad por lo cual se confesaba dos veces por semana como lo hacían en el Colegio Apostólico. Magnífica formación franciscana empapada del genuino espíritu de San Francisco; se interesaba por el bien de los demás sin dejar de reconocer el trabajo de sus hermanos.



Era admirable su espíritu de sumisión a sus superiores, siempre con espíritu de fe, viendo en ellos la misma autoridad que la de nuestro Seráfico Padre, y además, trata de descubrir en todas las cosas y circunstancias de la vida la voluntad del Señor.

Era religioso fervoroso, penitente, cumpliendo con los ayunos, abstinencias, disciplinas y todo lo que prescribía la Regla de los Colegios Apostólicos. Siendo sus principales devociones: la Santísima Virgen, señor San José, San Miguel Arcángel y santa Gertrudis.

Era alegre, amante de la paz entre los religiosos y eclesiásticos, tratando de llenar su vida de una auténtica vida franciscana; confiando a sólo Dios sus alegrías, sus penas, sus luchas y noches obscuras sin consuelo; amante de la bendición seráfica.

Entre los muchos carismas que Dios le dio resalta el de fundador. Estableció en su parroquia la Tercera Orden Franciscana, la archicofradía del cordón, la asociación de las Hijas de María, el establecimiento de la Tercera Orden Servita, la Sociedad Católica de varones y sobre todo fundó nuestra Congregación de Hermanas Franciscanas de la Inmaculada Concepción.

COMO HOMBRE

COMO HOMBRE

Los sentimientos muy humanos y la actitud muy comprensiva que se manifestaba en los actos todos de la vida de nuestro Padre José Refugio, se debe a su formación franciscana, y al ambiente de persecución religiosa de México.



Los que se han empapado del genuino espíritu de Francisco llegan a tomar en vida una doble actitud de comprensión caritativa, en todo para el ser humano, y austeridad rigurosa en todo para consigo mismo.

Nuestro Seráfico Padre San Francisco, es el maestro de esta actitud tan evangélica. Nuestro Padre Refugito había profesado la estrecha observancia, del Colegio Apostólico de Pachuca, era feliz en la observancia de la misma; por lo mismo, como hombre fue formidable caballero de una conducta intachable que se preocupaba de las cosas a su cuidado prefiriendo la calidad a la cantidad, humano, vigilante, cuidadoso, detallista, minucioso, ordenado, escrupuloso, delicado, fino, observador, alegre, pacífico, trabajador, amante del diálogo, social, generoso, inofensivo, tanto en su conversación privada, como cuando dirigía sus pláticas, optimista, experto, respetuoso, cariñoso, ya que cuando nombraba a la comunidad les llamaba: “gozo mío, corona mía, pequeño cielo, jardín de cándidas azucenas”; psicólogo, sabía catalogar los valores humanos y no se mostraba exigente en detalles, era justo, piadoso, fervoroso, caritativo, con grande espíritu de fe, sabía aceptar la voluntad de Dios con alegría, era comprensivo, ya que recomendaba a sus hijas espirituales porque lo juzgaba necesario, el descanso y las recreaciones inocentes con un fin santo y virtuoso, después de haber cumplido con todas nuestras obligaciones. No se inmiscuía en señalar, como tenían que pasar estar recreaciones, las dejaba a su juicio y prudencia, sólo les recomendaba llevar el corazón lleno de amor al prójimo, de espíritu firme, delicado y cultivado, que infundía ánimo y confianza en los corazones. Ya que conocía el corazón humano.

Tiene la costumbre de intercalar en sus conversaciones, sobre todo cuando va a referir algo, “contando con el permiso de vosotras”. Es de notar su espíritu cultivado. Era reservado pues tan sólo a Dios acostumbraba confiar sus alegrías, penas y luchas, en fin, un hombre equilibrado.

COMO SACERDOTE

COMO SACERDOTE

Fue pastor auténtico, fiel a la Ley Divina, humilde, fervoroso, de oración, trataba de llegar al amor perfecto de Dios y del prójimo, se consideraba servidor de todos para hacer el bien a los hombres, lo cual lo consiguió en el confesionario y en el púlpito; era profundo conocedor y maravilloso expositor de la Sagrada Escritura, sobre todo del Nuevo Testamento, tenía un basto conocimiento de la palabra del Señor, pero sentía una predilección por las parábolas y relatos en los que Nuestro Señor Jesucristo, que comprende la naturaleza humana y frágil del hombre; Magdalena a quien perdona; Pedro a quien dirige una mirada comprensiva y misericordiosa; la multitud hambrienta, etc.



Tenía un conocimiento de teología, autores como San Agustín, San Ambrosio, San Gregorio, San Juan Crisóstomo, santo Tomás de Aquino y San Pedro Crisólogo.

En sus sermones no era cansado ni aburrido, sabe mantener vivo el interés tratando de que asimile el público que le escucha. Se cuida mucho de no ofender a nadie tanto en su conversación privada, como cuando dirigía sus pláticas como ministro del Señor.

Estaba lejos de ahuyentar a los pecadores cuando acudían a él. Su experiencia como confesor y director de las religiosas, a las que les decía que no solamente eran posibles las faltas en el estado de perfección, sino hasta frecuentes. Las animaba con las siguientes palabras: “Si una mano omnipotente no nos abriera las puertas de la esperanza y del perdón en los momentos del naufragio, nos arrojaríamos en el camino de la perdición; pero Dios nuestro Señor compadecido de nuestra miseria nos ha provisto de medios fáciles y eficaces que nos restituyen la paz y la tranquilidad”.

No era el predicador florido que buscaba de endulzar o recrear los oídos de sus oyentes, sino que trataba de despertar una paz y tranquilidad que no deben ser alteradas por las tentaciones.

Pedía a Dios que le concediera cumplimiento exacto de su ministerio, el celo de la gloria de Dios y la salvación de las almas. Estos eran los móviles del alma sacerdotal de nuestro Padre Refugito.

El día de su ordenación, hizo voto a Dios de ser todo de Jesucristo, ya que era de temperamento apasionado y de índole contemplativa dinámica, sabiendo conjugar la contemplación con la acción, ya que su ideal era ser imagen perfecta de Jesucristo.

¿ME ESTÁ LLAMANDO DIOS?

¿ME ESTÁ LLAMANDO DIOS?
Santiago Guijarro Oporto·




La llamada de Dios no es un acontecimiento puntual en la vida, sino un proceso con algunos momentos de mayor intensidad. A veces identificamos esta experiencia con la llamada inicial, porque suele ir acompañada de un tiempo intenso de discernimiento y de una decisión importante, pero en realidad la llamada de Dios se va dando con matices diversos a lo largo de toda la vida.

Los relatos bíblicos de vocación han contribuido a reforzar esta idea, pero en realidad estos relatos son la formulación condensada de una experiencia que se ha ido dando a lo largo de toda la vida. Lo vemos claramente en el caso de Jeremías, cuya vocación al comienzo del libro (Jr 1,4-11) no es sino una versión condensada de la experiencia más matizada, que el mismo libro nos ha conservado en una serie de poemas, conocidos como las “Confesiones de Jeremías” (Jr 11,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18,18-23; 20,7-18). Esto significa que la experiencia vocacional no queda cerrada con la respuesta inicial, y que la pregunta inicial “¿Me está llamando Dios?” se sigue planteando bajo la forma de este otro interrogante: “¿Me sigue llamando Dios?”.

Cuando se plantean estas preguntas necesitamos dar nombre a lo que estamos viviendo, y esto sólo puede hacerse contrastando nuestra propia vivencia con otras experiencias de vocación. Esto es, precisamente, lo que encontramos en los relatos bíblicos: una experiencia de vocación condensada en sus rasgos fundamentales. Y por esa razón resultan de gran utilidad a quienes desean hacer un discernimiento de su experiencia vocacional.
En este folleto se enumeran algunos rasgos básicos de dicha experiencia vocacional, con la intención de ayudar a quienes se están planteando estas preguntas. El procedimiento que propongo es muy sencillo: a) detenernos en cada uno de los rasgos hasta llegar a entenderlo bien; b) ver en qué medida se da en nuestra propia experiencia; c) comentar el resultado de esta confrontación con la persona que nos está acompañando en el proceso de discernimiento vocacional, o con alguien que por su experiencia puede ayudarnos a entender qué sentido tiene lo que estamos viviendo.


SIETE RASGOS DE LA EXPERIENCIA VOCACIONAL

Para describir los rasgos de la experiencia vocacional en la Biblia, voy a tomar como referencia uno de los primeros relatos vocacionales que encontramos en ella: el de la llamada de Moisés (Éx 3,1-12: 4,10-12). Sería conveniente leerlo despacio antes de seguir adelante. Mencionaré también otras experiencias vocacionales para ir poniendo rostro concreto a las afirmaciones que iré haciendo. Al final ofreceré una lista de los principales relatos vocacionales y unas pautas para poder profundizar en nuestra propia experiencia con su ayuda.

1 La vocación individual no es un hecho aislado, sino que tiene que ver con el proyecto de Dios sobre su pueblo

La llamada de Dios a Moisés tiene que ver con el proyecto que Él tiene sobre su pueblo. No es un fin en sí misma, sino que está al servicio de la vocación de los israelitas. Esta vocación consiste en reconocer su dignidad de pueblo de Dios en libertad.
Es muy significativo que en las primeras experiencias vocacionales narradas en el AT y en el NT la llamada personal esté siempre vinculada a un proyecto de Dios, que tiene que ver con el pueblo:

En la vocación de Abrahán leemos: “El Señor le dijo a Abrán: Sal de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, y vete a la tierra que yo te indicaré. Yo haré de ti un gran pueblo...” (Gén 12,1-2). La llamada de Dios tiene que ver con un proyecto sobre el pueblo, en este caso crearlo.
Del mismo modo Jesús llama a sus primeros discípulos (Mc 1,16-20) inmediatamente después de haber anunciado la inminente llegada del reinado de Dios (Mc 1,15). Los llama para ponerse al servicio de este proyecto.

Esto significa que la vocación no es un asunto puramente personal, sino que está al servicio de otra llamada: la que Dios hace a todo el pueblo. Esta relación entre la vocación individual y la vocación colectiva es muy importante en el discernimiento vocacional. Una vocación aislada y puramente individual, sin ninguna relación con el proyecto de Dios sobre su pueblo, es muy difícil que sea una llamada de Dios.

2 La llamada de Dios generalmente va precedida de un encuentro personal con Él. No hay vocación sin experiencia de Dios.

El relato de la vocación de Moisés comienza con una “teofanía”, es decir, con una manifestación de Dios. En ella aparece la sensibilidad de Moisés hacia lo misterioso. En su búsqueda, Dios le sale al encuentro y se le manifiesta. Esta primera escena ocupa una buena parte del relato, y eso quiere decir que es muy importante. El encuentro con Dios suele ser el primer momento de toda vocación:

* La de Isaías tiene lugar después de una impresionante visión de Dios, en la que se manifiesta su misterio atrayente y tremendo. Ante ella Isaías exclama: “¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en un pueblo de labios impuros, he visto con mis propios ojos al Rey y Señor Todopoderoso” (Is 6,5).

* El encuentro de los primeros discípulos con Jesús, tal como lo cuenta el evangelio de San Juan, fue menos dramático, pero no menos decisivo en su proceso vocacional: “Jesús se volvió y viendo que lo seguían, les preguntó: ¿Qué buscáis? Ellos le contestaron: Maestro, ¿Dónde vives? El les respondió: “Venid y lo veréis”. Ellos se fueron con Él, vieron dónde vivía y se quedaron con él todo el día” (Jn 1,38-39).

Aunque a veces puede dar la impresión de que la llamada de Dios acontece de pronto, en realidad no es así. Hay previamente una experiencia del encuentro con Él, y un descubrimiento de su santidad, de su bondad, de su misericordia, de su amor. Dicho con otras palabras: la vocación se va dando en el proceso de nuestro encuentro con Dios. Encontrarse con Él implica ir descubriendo su proyecto y el lugar que ha pensado para nosotros dentro de ese proyecto.

3 La llamada de Dios es personal. Dios nos llama por nuestro nombre, con nuestra historia, con nuestras cualidades y nuestros defectos.

Aunque el marco de la llamada de Dios es su proyecto sobre el pueblo, cuando ésta se produce, queda bien claro que se trata de una llamada personal. Los relatos de vocación lo subrayan de forma diversas:

* Con la mención del nombre: “¡Moisés, Moisés!” “¡Samuel, Samuel!” También en la llamada de los Doce, los evangelistas mencionan el nombre de cada uno de ellos (Mc 3,13-19).

* Otras veces los que son llamados tienen conciencia de que Dios los ha elegido desde el vientre de su madre. Este es el caso de la vocación de Jeremías: “Antes de formarte en el vientre te conocí, antes que salieras del seno te consagré, te constituí profeta de las naciones” (Jer 1,5); y también el de la vocación de San Pablo: “Dios me eligió desde el seno de mi madre y me llamó por pura benevolencia” (Gál 1,15).

Es importante subrayar que la iniciativa de la llamada siempre parte de Dios. Es Él quien llama, y lo hace cuando quiere. Por eso su llamada suele provocar una cierta reacción de asombro y desconcierto. Según esto, no podemos decir que “tenemos vocación”. Nosotros no somos el sujeto, sino el objeto de la vocación.

La llamada de Dios acontece de formas diversas y a partir de diversas experiencias: la admiración que provoca la zarza que arde sin consumirse (Moisés); la manifestación de Dios en un momento concreto (Isaías); en medio de un sueño (Samuel). Casi siempre en medio de la vida cotidiana: el servicio del templo (Isaías); pastoreando el rebaño (Amós), o arando los campos (Eliseo); mientras preparan las redes (primeros discípulos de Jesús)... Dios busca momentos especiales, pero no raros; nos llama en la vida de cada día. A veces se sirve de intermediarios: Helí en el caso de Samuel; Elías en el caso de Eliseo...

Así pues, Dios llama a personas concretas, en situaciones concretas, y a partir de experiencias concretas. No se trata de una experiencia reservada para unos pocos perfectos. Él llama a los que quiere y como quiere, y no siempre a los mejores. Dios nos llama con nuestras cualidades y defectos, con nuestra historia, con nuestros logros y fracasos.

4 La llamada de Dios toca lo más profundo del ser. Cambia a la persona por dentro y por fuera, y trastoca sus planes.

Moisés había huido de Egipto, y nunca se le habría pasado por la cabeza volver allí. El encuentro con Dios y su llamada cambian sus planes. Pero este cambio de planes no es mas que la manifestación externa de otro cambio que afecta a su ser más profundo. Este es otro rasgo que aparece en los relatos de vocación.

* En algunos relatos este cambio se concreta en un cambio de nombre. Abrán se llamará Abrahán, es decir, padre del pueblo; Simón se llamará Cefas, es decir, roca. En la antigüedad el nombre definía a la persona, y por tanto el cambio de nombre implicaba una transformación profunda.

* En otros casos, esta transformación se describe como el resultado de una acción del Espíritu. Cuando el Señor llamó a María le anunció: “el Espíritu del Señor vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con sus sombra” (Lc 1,35). Se trata de una transformación profunda.

* Esta transformación aparece como un largo proceso en el caso de los discípulos más cercanos de Jesús. Su primera tarea consistirá en “estar con Él” (Mc 3,14). Antes de enviarlos a anunciar la buena noticia de la llegada del Reinado de Dios, los apóstoles tienen que estar con Jesús hasta que lleguen a compartir su proyecto, su estilo de vida y su destino. Los evangelios dedican bastante espacio a este proceso que va transformando a los discípulos (véase espec. Mc 8,27-10,52).

Esta transformación que produce en nosotros la llamada de Dios no es algo que acontece de la noche a la mañana. Es un proceso que va haciendo nacer en nosotros un hombre o una mujer nuevos. Quien es llamado por Dios ya no se pertenece a sí mismo; poco a poco ve cómo cambian su estilo de vida y su valoración de las cosas.

Esto significa que la llamada de Dios nos hace diferentes, y a veces nos convierte en extraños para quienes antes estaban más cerca de nosotros. La experiencia de Jeremías es, probablemente, la que mejor refleja este “extrañamiento” que acompaña muchas veces a la experiencia vocacional: “No me senté a disfrutar con los que se divertían; agarrado por tu mano me senté sólo” (Jr 15,17)... “La palabra de Dios se ha convertido para mí en constante motivo de burla e irrisión” (Jer 20,8).

5 Sin embargo, la meta de la llamada de Dios no somos nosotros, ni siquiera la transformación que produce en nosotros, sino la misión para la que Dios nos llama.

Este es el aspecto que más claramente aparece en el relato de la vocación de Moisés. Pero es igualmente central en los demás relatos de vocación. Dios llama siempre para una misión, y esto es lo que determina el cambio que se da en la persona. El cambio de nombre, por ejemplo, siempre tiene que ver con la misión que Dios va a encomendar a los que llama. La vocación es siempre “una llamada para”. Y por eso la pregunta que nos ayudará a discernir nuestra vocación no es “¿Por qué?”, sino “¿Para qué?

La experiencia vocacional reflejada en la Biblia nos muestra, además, una cosa muy importante: que la raíz más honda de la misión, y por tanto también de la vocación, es una conmoción en el corazón de Dios:

* Dios llama a Moisés porque ha visto la opresión de su pueblo, y lo mismo ocurre en la vocación de Gedeón. En otros casos es porque el pueblo se ha apartado de él (profetas).

* El evangelio de Mateo muestra cómo el envío de los discípulos nace de esta conmoción interior que experimenta Jesús al ver la situación de la gente: “al ver a la gente se le conmovieron las entrañas por ellos porque estaban como ovejas sin pastor” (Mt 9,36).

Esta es la explicación última de la llamada, y por eso quienes son llamados por Dios tienen que sentir esta misma conmoción. La vocación no es principalmente para mí, para que yo me realice, para que sea más feliz (también es para todo esto), sino para los demás, y por ello supone una entrega incondicional a la causa de Dios, que llama:

- Para crear un pueblo (Abrahán)
- Para liberarlo (Moisés, Gedeón)
- Para hacer que vuelva a su proyecto (Samuel, profetas)
- Para anunciar y hacer presente el reinado de Dios (discípulos de Jesús)
Sin misión no hay vocación. Por eso, la sensibilidad para descubrir el proyecto de Dios y las necesidades de los hombres y mujeres que nos rodean son los elementos más determinantes a la hora de discernir una vocación.

6 La llamada de Dios despierta el deseo de responder a ella. Pero al mismo tiempo provoca tenaces resistencias en quienes la reciben.

Parece una contradicción, pero esto es exactamente lo que sucede. Por un lado los que son llamados sienten grandes deseos de ponerse al servicio del plan de Dios. Pero por otro descubren dentro de sí enormes resistencias que se traducen en objeciones:

* La vocación de Moisés contiene un buen número de ellas: “¿quién soy yo para ir al faraón y sacar de Egipto a los israelitas?” (Éx 3,11). “No me creerán ni me escucharán” (Éx 4,1). “Pero, Señor, yo no soy un hombre de palabra fácil” (Éx 4,10).
* Jeremías responde a la llamada de Dios con palabras muy parecidas: “Ah, Señor, mira que no se hablar, pues soy como un niño” (Jer 1,7).

* Algo muy parecido responde Gedeón: ”¿Cómo salvaré yo a Israel? Mi familia es la más insignificante de Manases y yo soy el último de la familia de mi padre” (Jue 6,15).

Cuando empezamos a percibir la llamada de Dios nuestro corazón se convierte en un campo de batalla: nos entusiasmamos con el proyecto de Dios, pero también descubrimos lo que implica ponernos a su servicio. Surgen, entonces las objeciones. Generalmente estas objeciones tienen un buen fundamento, porque nadie es capaz de responder a lo que Dios nos pide cuando nos llama.

A veces las objeciones se traducen en una negación. Hay un relato en los evangelios que recoge la respuesta negativa. Un hombre (Mt: joven) rico se acerca a Jesús buscando sinceramente la voluntad de Dios, pero cuando Él le pide que deje todo y le siga, su rostro se entristece y da media vuelta “porque poseía muchos bienes” (Mc 10,22). Es un relato que ha hecho pensar a muchos a lo largo de la historia. Recoge la experiencia de los que le han dicho que no al Señor.

Pero en otros casos, esta lucha interior que desencadena la llamada de Dios lleva a los que son llamados a experimentar la seducción de Dios. Jeremías es el mejor testigo de esta experiencia. En sus “Confesiones”, describe esta lucha interior, y acaba reconociendo que en ella ha experimentado la seducción de Dios: “Tú me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir. Me has violentado y me has podido”. Fue la suya una experiencia dramática, que de alguna forma se da en casi todas las experiencias de vocación, aunque no siempre al comienzo de la llamada.

7 Cuando Dios llama, nunca se desentiende de la misión, ni de aquellos a quienes se la ha encomendado.

Los relatos de vocación siempre concluyen con la promesa de una presencia constante, o con una señal que confirma esta presencia y la ayuda eficaz de Dios para llevar a cabo el encargo recibido:

* Dios le promete su asistencia a Moisés para que no vacile ante el faraón, le concede la potestad para hacer prodigios en su presencia, y por si esto fuera poco le dice “yo estaré en tu boca y te enseñaré lo que has de decir” (Éx 4,12).

* Cuando Jesús envía a sus discípulos para que hagan discípulos de entre todos los pueblos, les asegura: “Y sabed que yo estoy con vosotros hasta el final de este mundo” (Mt 28,20).

* San Pablo tenía una certeza muy profunda de que Dios actuaba en él a pesar de su debilidad, y por eso llega a decir: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20).

Se trata de una presencia constante y eficaz, que sostiene y fortalece al que ha sido llamado en medio de las dificultades y las contradicciones con las que se encuentra. Quien escucha la llamada de Dios, recibe junto con ella esta promesa que se fundamenta en la fidelidad de Dios.

Es en esta presencia continuada y en esta asistencia que sostiene y fortalece donde madura la vocación. Al experimentar en concreto la propia debilidad y la fuerza de Dios que actúa en ella, el que ha sido llamado llega a la certeza de que es Él quien le capacita para el estilo de vida y para la misión a la que ha sido llamado.


Anota aquí cuáles de estos rasgos
caracterizan mejor tu experiencia vocacional

LA EXPERIENCIA VOCACIONAL DE JESÚS

Estos rasgos de la vivencia vocacional aparecen también en la experiencia de Jesús. Tal vez resulte un poco extraño oír hablar de la “vocación de Jesús”. Incluso alguien podría preguntarse “¿Cómo es posible que Jesús tuviera vocación, si era Dios?” Pero no debemos olvidar que Jesús era también hombre, y que como hombre fue descubriendo poco a poco, como nosotros, qué es lo que el Padre quería de él.

La experiencia vocacional de Jesús nos está en gran medida velada. Los textos que hablan de ella fueron profundamente reelaborados por sus discípulos en las dos generaciones siguientes a su muerte. A pesar de ello, es posible recuperar algo de aquella experiencia. Esta se encuentra reflejada, sobre todo, al comienzo de su misión (bautismo y tentaciones), pero también los encontramos dispersos en diversos lugares del evangelio. Voy a enumerarlos brevemente, consciente de que algunas de las afirmaciones que voy a hacer necesitarían una justificación más detallada.

* Jesús entendió su vocación en el marco del proyecto de Dios sobre su pueblo. Este proyecto fue, para Él, la llegada inminente del reinado de Dios. El reinado de Dios era una oferta de gracia para Israel y para todos los pueblos.

* Jesús vivió su proceso vocacional desde su experiencia de encuentro con Dios. Los evangelios muestran que buscó su camino en el círculo de los discípulos de Juan el Bautista, e incluso llegan a decir que fue uno de ellos (Jn 1,30; Mc 1,7: “el que viene detrás de mí”). También hablan repetidas veces de su experiencia de oración. Fue en este encuentro con el Padre donde descubrió que su camino era diferente al de Juan.

* Jesús se sintió llamado por su nombre, como revela su íntima relación con Dios, a quien consideraba su abbá. En el relato del bautismo y en el de la transfiguración se siente llamado hijo.

* En el bautismo aparece también la transformación que produjo en él la experiencia vocacional. Esta transformación no es un cambio en el ser, sino en la conciencia. Jesús tiene conciencia de poseer el Espíritu, y de haber sido ungido por él.

* La llamada que Jesús experimenta está orientada hacia una misión. Esta misión nace de una contemplación dolorida de la situación de su pueblo (Mt 9,36-37), y consiste en llevar la salud a los enfermos, la liberación a los oprimidos, y la buena noticia a los pobres (Lc 4,18-21). En el fondo es una lucha contra Satanás, y por eso los exorcismos de Jesús tienen tanta importancia en los evangelios y en su experiencia vocacional (Lc 10,18).

* Jesús también experimentó la tentación de seguir caminos más fáciles. No es casualidad que el relato de las tentaciones siga al del bautismo. Lo que se pone a prueba en las tentaciones es la condición de Jesús como hijo obediente a la voluntad del Padre.

* Finalmente, Jesús experimentó a lo largo de toda su vida la asistencia del Padre, y en ella fue madurando su vocación. Basta con recordar la oración en el huerto de Getsemaní, al final de su vida. A Jesús le cuesta asumir el proyecto de Dios, pero es aquí donde su vocación de hijo se manifiesta con toda su fuerza.

En la Biblia tenemos un espejo en el que podemos ver reflejada nuestra experiencia vocacional. Y esta experiencia no sólo la encontramos en los personajes del Antiguo y del Nuevo Testamento, sino en el mismo Jesús. Jesús vivió un proceso de búsqueda y de descubrimiento, y entendió su vida y su misión desde su condición de hijo obediente, que busca en todo momento cumplir la voluntad del Padre. Esta experiencia vocacional es clave para entender el misterio de su vida y de su muerte. Del mismo modo, podemos decir que la experiencia vocacional es clave para entender nuestra propia vida como discípulos suyos.

PARA SEGUIR MEDITANDO SOBRE 
LA EXPERIENCIA VOCACIONAL EN LA BIBLIA

Lee los siguientes relatos de vocación

Abraham: Gén 12,1-5; 15,1-21
Gedeón: Jue 6,1-6. 11-24
Samuel: 1Sam 3,1-20
Isaías: Is 6,1-13
Jeremías: Jer 1,4-19
Ezequiel: Ex 1-3
Amós: Am 7,10-17
Eliseo: 1Re 19,19-21
Judit: Jud 8-9

Pablo: Gál 1,12-17; 2,20
Primeros discípulos: Mc 1,16-20; Jn 1,35-51
Los Doce: Mc 3,13-19
El hombre rico: Mc 10,17-29
María: Lc 1,26-38
Quieren seguirle: Lc 9,57-62
Pablo (según Hch): Hch 9,1-30
Helenistas: Hch 6,1-7

Vuelve a leer despacio aquellos (dos o tres) que más te hayan interpelado tratando de ver cómo se describe en ellos la experiencia vocacional.

¿Cómo iluminan estos relatos tu propia experiencia vocacional?
¿Cuáles son los rasgos con los que más te identificas?
¿Cuáles son los que están menos presentes en tu experiencia?

Santiago Guijarro es Operario diocesano. Profesor de Sagrada Escritura en la Universidad Pontificia de Salamanca y Director Espiritual del Colegio Santiago, dependiente de la misma Universidad en Salamanca.

SOBRE LA CONFESIÓN

La consideraba como un medio eficaz para conseguir el espíritu de Jesucristo y para llegar a la perfección cristiana, que es a lo único que debemos aspirar; lo aconsejaba también para llegar a la perfecta caridad.



INSTRUCCIÓN

Sobre el buen uso del tiempo les decía: No consiste en tener ocupados todos los instantes, sino en emplearlos bien según la voluntad de Dios. Una vida ordenada, es la raíz de la alegría y de la igualdad de carácter que en nada se altera, a las que llevan vida ordenada nunca les estorba nada y tienen programado su trabajo para todo el día, dando preferencia a los ejercicios de piedad.

Conocedor de la vida religiosa, decía a sus hijas “aprovechen el tiempo y cuídense de la vanagloria que no abandona ni al superior ni al súbdito, ni el tibio ni al fervoroso, deja de comer con los que ayunan y se satisface con los que comen. Si guardamos silencio se descubre en nuestro semblante triste, si hablamos se manifiesta en nuestras palabras”, por eso les recomienda el examen detallado y cuidadoso.

Era amante de la teoría y práctica de la ley; contra las imperfecciones voluntarias se mostraba severo, intransigente, intolerante. El sabía cuál era el lugar que le correspondía.

Referente a la superiora dice que debe ser como el obispo o pastor, a ejemplo de Jesús, debe buscar las ovejas descarriadas para curarlas de las heridas, mezclando el bálsamo de la mansedumbre con la fortaleza de la corrección. Conocedor de las cualidades del corazón femenino dice que cuando está metida en la fragua del amor divino es insaciable en el amor, fuerte en el padecer y resuelta en el sufrir, por esto aconsejaba que en el amor de Dios practicaran los grados de este amor que son los siguientes:


1º. Morir antes de cometer un pecado mortal.

2º. Morir antes de cometer un pecado venial.

3º. Morir antes de cometer una imperfección.

Sobre la castidad decía: “El Espíritu Santo nos exhorta para que guardemos con todo cuidado nuestros corazones porque de él procede la vida. Vela sobre tus sentidos y potencias, sobre tus inclinaciones y deseos, porque son los medios ordinarios de que se sirven nuestros enemigos para privarnos de la vida del alma”.

Sobre la obediencia les afirma que Dios se anonadó hasta tomar la forma de siervo, padeció por amor del hombre y murió por ese mismo amor. ¡Oh amor grande, amor infinito, amor excesivo de mi Dios! ¿Qué es el hombre para que tanto le ames? La humildad y la obediencia son las alas que elevan a la cumbre de la perfección.

Sobre la pobreza les explicaba: Hay que desocupar nuestro corazón de nosotras mismas, del amor a las comodidades, las propias satisfacciones, a las honras y a las ventajas propias. Ustedes lo están probando, las trajo a la religión y el amor de Dios les ha hecho dulce la pobreza. Tendrán valor y esfuerzo en el camino de la vida que les llevará al cielo que es la Patria; les recuerda constantemente que no desfallezcan en el senda de la perfección que con tanta ilusión empezaron en los primeros días de su vocación y que permanezcan firmes en el deseo de amar a Dios, y por último aconsejaba a sus hijas que por mar o tierra, que con conventos o sin ellos arribaran a la más alta perfección sin estar deseando otro apostolado.

Así anhelaba Fray Refugio que fueran sus hijas: obedientes, humildes, pobres, candorosas y puras, estudiosas, pero sobre todo amantísimas de Cristo, hasta merecer llevar en lo más hondo de su corazón sus sagradas llagas.

jueves, 5 de septiembre de 2019

¿Confesarse directo con Dios o con el sacerdote?

PREGUNTA 

Hola. Algunas sectas fundamentalistas nos dicen que: ¿Por qué nos confesamos con el sacerdote? Que eso está mal, que es un hombre pecador, que la Biblia lo prohíbe y que es mejor confesarse directo con Dios(Como si tuvieran celular). Incluso algunos católicos piensan algo parecido.


RESPUESTA 

Bueno. Veamos que es lo que dice la Biblia sobre esto para no cometer esos errores titánicos que a muchos los hunde en el mar de la ignorancia, por no estudiar bien la Sagrada Escritura.

1.- Jesucristo dio este poder a los Apóstoles.

Esta es la principal razón por la que nos confesamos con el hombre de Dios. Somos discípulos de Jesucristo y lo estamos obedeciendo. Él da este poder a los hombres para que lo hagan en su nombre.

"Reciban el Espíritu Santo: a quienes ustedes perdonen sus pecados, queden perdonados, y a quienes se los retengan, queden retenidos" 

Jn 20,22-23

"Todo lo que aten en la tierra, será atado en el cielo y todo lo que desaten en la tierra, será desatado en el cielo" 

Mt 18,18

Estos pasajes están en todas las Biblias del mundo, incluyendo las que usan los hermanos separados. Así que nada de que la Iglesia inventó este sacramento ni de que la Biblia lo prohibe, pues quien lo instituyó, fue Jesucristo.

Nuestro Señor Jesucristo es muy claro. Aquí está hablando del "poder" de "perdonar" y de "no perdonar" los pecados. No está hablando de que nos perdonemos cuando nos ofendamos, sino que "algunos" (los apóstoles y sus sucesores) tienen el poder de perdonar los pecados. Por supuesto de Jesucristo sabía que ellos eran hombres pecadores y aun asi les dió este poder. Los obispos son sucesores de los Apóstoles y los sacerdotes sus colaboradores.

Jesús no dejó celulares para confesarse directamente con Dios. Dejó sacerdotes.

Cuando las sectas usan el pasaje de Jeremias 17 para decir que es malo confiar en un hombre, cometen el error de no leer el verisículo completo, pues dice: «... y que aparta su corazón de Yahvé». Eso es lo que la Biblia prohibe. En este caso la confesión no es para apartarnos de Dios, sino al contrario, para acercarnos y unirnos mas a él. Sin duda que este texto, sin el contexto, es un pretexto mas de las sectas.

2.- Práctica de la Confesión en la Biblia. 

Veamos ahora cómo es que en los primeros años de vida de la Iglesia es que ellos entendieron este sacramento.

"Muchos de los que habían creído venían a confesar todo lo que habían hecho" 

Hech 19,18

Acabamos de leer en la Biblia este pasaje en el que dice que cuando esas personas creyeron lo que hicieron fue " ir " a confesar sus pecados. La Sagrada Escritura dice "venían", habla de desplazarse de un lugar a otro. ¿A dónde fueron? ¿Por qué tenían que ir a otro lugar y no directamente con Dios?

La respuesta es muy sencilla. Ellos iban buscando a los Apóstoles. Ahí confesaban sus faltas. Esto es lo que hacían los cristianos verdaderos de aquel tiempo y lo que los católicos seguimos haciendo en la actualidad.

Además, la Biblia nos habla sobre el confesar a otro (el sacerdote) nuestras faltas:

"Confiésense unos a otros sus pecados". Stgo 5,14-16

Es un mandato (imperativo). No es una opción. Tanto que dicen las sectas basarse en la Biblia y no ven con claridad estos pasajes bíblicos. La solución para entender esto es que los hermanos separados se pongan a leer la Biblia y la acepten tal como es.

3.- El error de los fariseos y de las sectas. 

El Evangelio de Mateo nos descubre en el siguiente pasaje la razón por la que algunos no quieren aceptar algo tan claro en la Biblia.

"... al ver Jesús la fe de esos hombres, dijo al paralítico: Ánimo, hijo; tus pecados quedan perdonados. Algunos maestros de la Ley pensaron:Qué manera de burlarse de Dios. Pero Jesús que conocía sus pensamientos, les dijo: ¿Por qué piensan mal? ¿Qué es más fácil: decir "quedan perdonados tus pecados" o "levántate y anda"? Sepan, pues, que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados. Entonces dijo al paralítico: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.

Y el paralítico se levantó y se fue a su casa. La gente, al ver esto, quedó muy impresionada y alabó a Dios por haber dado tal poder a los hombres" Mt 9,1-8

Qué tremendo. La gente sencilla "alabó a Dios por haber dado tanto poder a los hombres", mientras que los supuestos"maestros" de la Ley vieron en esto una ofensa para Dios. Igual pasa ahora. La gente sencilla bendice a Dios por haber dado este poder de perdonar los pecados a los hombres, mientras que las sectas con sus "supuestos" maestros actuales de la Biblia gritan escandalizados que "cómo un hombre puede perdonar los pecados". Ni modo, por algo el orgullo es el pecado que Jesús condenó con más fuerza.

4.- Prueba histórica de este sacramento. 

Algunos ejemplos de cómo este sacramento se ha celebrado siempre en la historia de la Iglesia son los siguientes:

"Confesarse en la Iglesia antes de recibir el cuerpo de Cristo" La Didaje año 70

"...declarando su pecado al sacerdote del Señor" Orígenes año 244

"Agua y lágrimas no faltan en la Iglesia: el agua del bautismo y las lágrimas de la penitencia (confesión)" San Ambrosio año 395

"Que nadie diga: cumplo la penitencia secretamente ante Dios. Acaso se dijo sin motivo: lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo" San Agustín año 430

Resumiendo, digamos que este sacramento es un regalo que nos dejó Nuestro Señor Jesucristo, la Biblia lo enseña y la Iglesia lo ha realizado desde sus orígenes. Acérquese a celebrarlo haciendo un buen examen de conciencia, arrepintiéndose y confesándose para disfrutar de la misericordia de Dios.